Los días de confinamiento se van alargando, los días de lluvia se suceden, de vez en cuando sale el sol y nos ilumina, de vez en cuando una buena conversación nos anima, de vez en cuando alguien nos trasmite su esperanza… pero cada vez con más frecuencia lo que muchas personas están viviendo es la sensación de que un día tras otro nada cambia, la desesperanza empieza a hacerse un hueco, entonces es cuando podemos empezar a sentir emociones que se mezclan: la tristeza, la irritación, la frustración, la incomprensión … y junto a ellas puede aparecer el miedo. Aparece en nuestros pensamientos, en conversaciones, el miedo al futuro, el miedo al presente, el miedo a lo que vendrá después…
El miedo es una emoción básica que nos informa de algún peligro, es un mensajero al que hay que escuchar y con la información que nos trae actuar; pero el miedo, a veces, se queda y se va haciendo cada vez más grande, invadiendo los espacios donde antes había otras emociones. El miedo es contagioso y altamente contaminante.
En tiempo de coronavirus el miedo es un mal compañero. Si se instala en nuestra vida puede tener efectos devastadores, desde los problemas para dormir hasta la bajada de defensas, el miedo nos debilita, nos controla.
Hay muchas cosas que podemos hacer para evitar que esto suceda. Como he escrito en otras ocasiones, tenemos que reducir la exposición a noticias negativas, elegir cuándo y cómo nos informamos, una o dos veces al día, media hora cada vez es suficiente para mantener un nivel adecuado de información. Si tras conversar con alguien sentimos que nos invade la tristeza, el enfado o cualquier otra emoción que nos hace sentir mal, es muy útil escribir lo que pensamos, lo que sentimos, lo que hemos hablado, la escritura es terapéutica y nos libera.
Para mejorar el sueño podemos escribir nuestras preocupaciones antes de irnos a dormir y una vez hecho esto hacer un repaso del día buscando los tres mejores momentos, tres cosas buenas que hemos vivido ese día y con esa agradable sensación dejarnos llevar por el sueño.
Al despertar, sin prisa, podemos respirar conscientes, sentir el cuerpo, el calor de la cama, levantarnos y estirarnos, como hacen los animales de forma natural y empezar el día con algo que nos guste: una ducha, un buen desayuno, un poco de música… despertar los sentidos.
Los sentidos nos ayudan a tomar contacto con presente. El tacto del agua en la ducha, el olor del jabón, el aroma del café, el olor de una tostada, su sabor, el sonido de los pájaros, de la lluvia, de la música, el color del cielo. ¡Hay tantas posibilidades para sentir!
El contacto con la naturaleza, que es tan importante, puede ser difícil para muchas personas en estos días, si no hay jardín, plantas, horizonte que mirar, elevemos la mirada al cielo y perdámonos en él, necesitamos proyectarnos, respirando y tomando conciencia del día, del presente.
Cuidémonos, como dijo Viktor Frankl:
“cuando no somos capaces de cambiar una situación, las personas nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotras mismas”
Viktor Frankl. Obra «El hombre en busca de sentido»
Artículo escrito por:
Fanny Sánchez Juan: Psicóloga especialista en Psicología Clínica, Medicina Psicosomática y Psicología de la Salud, Infancia y Adolescencia, Género y Desarrollo.
Colegiada M-11119