La reflexión sobre la propia identidad sexual y de género está presente a lo largo de toda nuestra vida. El hecho de que para algunas personas esta identidad no encaje con las pautas establecidas socialmente puede ser fuente de conflictos, tanto internos (a nivel de autoconcepto), como externos (en relación con la familia, la escuela, el grupo de iguales, etc.). Esto tiene especial relevancia durante la adolescencia y la juventud, ya que es una etapa vital clave en la construcción de la identidad, y además existe una mayor necesidad de aceptación, sobre todo por parte del grupo de iguales.
A pesar de esta importancia del apoyo de las amistades durante esta etapa, algunos estudios realizados en nuestro país reflejan que tan solo un 8% de los y las adolescentes creen que tendrían el respaldo de sus compañeros y compañeras de clase si fueran LGTB (Lesbianas, Gays, Bisexuales o Transexuales).
Cada persona es única e irrepetible, lo normal es tan diverso que no existe.
Este miedo al rechazo no es infundado, ya que la mayor parte de los delitos de odio y de situaciones de acoso escolar, se deben a la orientación sexual o identidad de género. De hecho, de los y las adolescentes y jóvenes lesbianas, gays o bisexuales de entre 12 y 25 años que han sufrido acoso escolar por su orientación sexual, el 43% ha pensado alguna vez en suicidarse, y el 17% lo ha intentado. Estas cifras son incluso mayores entre adolescentes transexuales.
Estos datos son reflejo de la realidad de muchas personas que sufren las consecuencias de la discriminación en una sociedad en la que prevalece la visión de la heterosexualidad como normalidad, a la vez que invisibiliza y desprecia otras formas de vivir la identidad sexual y de género. Esta situación provoca que las personas que no se identifican con esta normatividad impuesta socialmente sientan mayor inseguridad, repercutiendo además en su autoconcepto, e incluso muchas veces impidiendo la aceptación de la propia identidad y la vivencia de la sexualidad como algo positivo.
En este contexto, podemos plantearnos qué papel estamos jugando en todo esto: si favorecemos o no este tipo de dinámicas sociales, de qué manera contribuimos a la perpetuación de la normatividad, y cómo nos afecta a nivel personal, es decir, hasta qué punto escuchamos nuestras necesidades o nos dejamos llevar por lo que los y las demás esperan de nosotras y nosotros.
Eva Banet Landa e Irene Cerdá Lentijo
Equipo de Género y Juventud de Crisálida
*Datos extraídos de la FELGTB (Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Bisexuales y Transexuales) y del libro Cómo educar en la diversidad afectivo-sexual en los centros escolares, de Mercedes Sánchez Sáinz.